jueves, 29 de diciembre de 2011

Fin de semana en Venecia



Basílica de San Marco
Aprovechando cada instante, cada oportunidad de viajar, de abrir cuerpo y mente, ese axioma que llevo a rajatabla me llevó hasta Venecia el fin de semana antes de coger el avión rumbo a Sevilla. Una parada muy satisfactoria que mereció la pena. La ciudad que acoge un famoso festival de cine, y que ha sido escenario de tantas y tan buenas películas, como es el caso de Muerte en Venecia, El Mercader de Venecia, Casino Royal o la más reciente El Turista (Angelina Jolie y Johnny Depp), es más pequeña de lo que la fama que le precede hace pensar: 269.000 habitantes, aunque en realidad se contabilizan las islas de alrededor: Murano, Burano, Mestre, y no acierto a conocer el dato exacto de la población que reside en la isla de Venecia.


Puente de Rialto de noche
Tras llegar a Piazalle Roma en una furgoneta desde Liubliana -cerca de 3 horas de trayecto-, Soraya, María, Lander y yo buscamos el hostal. Lo primero que nos encontramos, en la zona donde convergen todos los autobuses, fue el puente de la Constitución, que comunica Piazzale Roma con Santa Lucía, la estación de tren. El puente es uno de los cuatro que atraviesa el Gran Canal, y fue diseñado por Calatrava, el arquitecto español.

Después de dar unas vueltas y estar un poco perdidos -no sería
la primera vez-, encontramos finalmente el hostal. Estaba un poco alejado, pero por dentro era coqueto. Por apenas 17-18 euros la noche era más que suficiente. Además, eran habitaciones dobles.

Estaba anocheciendo ya, pero aún así nos dio tiempo a echar unas bonitas fotos en el famoso puente de Rialto, incialmente hecho de madera pero que tuvo que ser reconstruido en varias ocasiones y actualmente es de piedra. La primera sensación que percibimos es que Venecia era un laberinto. Nos llevó mucho tiempo encontrar el puente de Rialto, y es que no hay ningún camino recto; para llegar a cualquier destino hay que serpentear y es imposible acortar, amén de los interminables puentes y canales. También hacía más difícil la tarea la similitud de las calles y edificios; construcciones muy parejas que apenas se diferenciaban unas de otras. Paramos a comer, a tomar un cóctel -ante un desencantado servidor, que falló en la elección del mismo-, y volvimos por la misma ruta. No era momento de hacer probaturas.


Llegó la noche y con ella el alcohol. Nos surtimos de botellas de Lambrusco y Limoncello para amoldarnos a la cultura del país; fue idea de María, y no erró, porque el propósito, emborracharnos por un módico precio, se cumplió. Buscamos algún sitio para salir de fiesta, era sábado, probablemente el mejor día, teniendo en cuenta que estaba también próxima la Navidad, pero no encontramos nada. No hay fiesta en Venecia. Se puede decir alto y claro. Si un sábado la juventud no tienen donde ir -más allá de un pequeño bar donde tomar algo-, no sé cómo se adaptarán los jóvenes a la vida nocturna de la ciudad. Muy decepcionados en ese aspecto, tomamos una copa, echamos unas risas con unos italianos algo chapas, según cuenta Soraya, que fue la que más los sufrió y nos volvimos al hostal. A una hora demasiado prudente. Estaríamos rondando las 2 a.m.

Por la mañana tocaba hacer turismo de verdad, recorrernos las calles, o también llamadas canales y ver la ciudad con luz. Y comprar los souvenirs de rigor, por supuesto. En este caso, tocaban las clásicas máscaras: Una para cada miembro de mi familia. Conté para la selección con la ayuda de Soraya. Consensuamos y, tras lo visto en mi caso, acertamos. Paseando, entre foto y foto, caprichos del destino, un dicharachero gondolero sedujo a las damas y las convenció de dar una vuelta, con nuestro consentimiento, claro.

Negociamos y nos dejó el paseo en góndola en 40 euros. Breve pero lleno de anécdotas. ¿Quién mejor para contar la historia de la ciudad que un gondolero? Le prestamos atención, aunque no desaprovechamos la ocasión para echar fotos y más fotos...es lo que tiene viajar con chicas...Lander y María se encargaban de traducir las explicaciones del gondolero y Soraya y yo de echar fotos por doquier. Podría hacer un precioso collage solo con las capturas desde la góndola. Me enteré de que hay alrededor de 420 puentes, aunque como cité anteriormente, hay 4 con más relevancia que el resto. El de la Academia me quedé con ganas de verlo, aunque me hago una idea por las fotos de las niñas. Además, nos explicaron que todas las casas tienen una entrada que da al canal y otra peatonal.


Lander y yo en el Palacio Ducal


El territorio que ocupa Venecia eran islas vírgenes y las construcciones son de maderas, de ahí que cada 10 años pierdan aproximadamente 1'5 cm. Y, sobre todo, se aprecia en que los edificios están inclinados, como si se fueran a derrumbar. Por hacer un símil, lo equipararía a la Torre de Pisa. No están de esa guisa, pero se ve realmente que los pilares son inestables. Y sí, la leyenda urbana es cierta: Hay tramos de Venecia que huelen mal, y es que la gente arroja la basura al canal directamente, por eso algunas calles estrechas tienen ese olor; cosa que no ocurre en el Gran Canal, mucho más abierto, y de mayores dimensiones.


Durante la vuelta en góndola vimos la casa de Marco Polo, bastante más pudiente que la de Casanova; aunque ambas estaban colindando. Hay más nombres importantes de la historia que nacieron en Venecia, como Tiziano y Vivaldi. De este último vimos una placa conmemorativa cerca de la palza de San Marco, en una iglesia donde debió actuar.

Ya en dirección a la Piazza San Marco, íbamos reconociendo algunos edificios que nos sonaban de películas, festivales, carnavales...Para los que prefieran prescindir de coger una góndola aconsejaría el vaporetto, que equivaldría al autobús urbano, pero mucho más cool, con más caché. Eso es lo que le da un aire especial a la ciudad, ese encanto innato, el hecho de pasear por los puentes y estrechas calles y asomarte y ver tan cerca el canal y las embarcaciones de todo tipo que lo surcan.




Soraya y yo con el Puente de Rialto, desde la góndola
Por fín llegamos, y para ser justos hay que decir que la plaza hace honor a lo que se ve por la tele, se estudia en los libros de historia y se oye en todas partes. Su magnificencia te deja sorprendido, aunque nosotros entramos por una calle lateral y no vimos realmente su grandeza hasta estar en la misma plaza. Es agradable la sensación de estar en lugares los cuales has estudiado como obras de arte por su valor artístico. El Palacio Ducal,de estilo gótico, es uno de ellos. Se sitúa en el extremo oriental de la plaza, junto a la basílica de San Marco.

En la explanaada también se encuentra el campanille, tan típico en las plazas italianas; o la Torre del Reloj, que contiene un reloj esmaltado de azul y dorado que marca las horas, las fases de la luna y el zodiaco. Cada hora dos grandes figuras de bronce tocan la hora, aunque eso lo supe después, porque a pesar de que estuvimos más de una hora probablemente en las inmediaciones de la plaza, nadie vio nada singular. E incluso aquí, el lugar de mayor congregación de turistas de la ciudad, no se sentía casi el bullicio, ni la conglomeración de personas. La ciudad es bastante tranquila.




Cuando buscábamos un sitio para comer, de casualidad, nos topamos con el Puente de los Suspiros, señalado en el mapa como una de los puntos a visitar. Echamos fotos sin saber cuál era exactamente, como a casi todo... Bonitas vistas desde la bahía de Venecia por esta zona; el lateral de San Marco da al mar y, enfrente, hay más islas, lo que resulta ser una perfecta 'foto postal'. Lo bueno de ir con chicas es que no dicen que no nunca a una buena sesión de fotos. Y yo encantado...

Felicidad


Lander y María en el Gran Canal




Tomando algo en Campo Sta. Margarita


Cenamos y bebimos, pero tras el fiasco el día anterior, no intentamos siquiera salir a comprobar si había algo de ambiente en la calle. A mí me tocaba madrugar. A las 7A.M. salía el autobús para el aeropuerto.