miércoles, 18 de julio de 2012

Kotor-Budva-Skodher-Tirana

Bueno, varias tareas me han robado más tiempo del que habría querido y por tanto he abandonado durante unos meses este cuaderno de bitácoras. Es verano y tengo tiempo para rematar algunos temas pendientes -como el viaje por los Balcanes- y alguno más que ni siquiera comencé.

Continuando con la escapado por la costa de Dalmacia, el siguiente destino fue Montenegro. El viaje estuvo entretenido gracias a un montenegrino que nos contó historias del fútbol balcánico, algunas de las cuales ya conocíamos. Nos habló de mitos como Savicevic, Mijatovic, Jugovic...aunque nosotros teníamos más fresco a los estelares Vucinic o Jovetic, más próximos a nuestra generación. El hombre nos indicó dónde bajarnos y coger el siguiente enlace para llegar a Kotor.

La primera escala la hicimos en Herceg-Novi, un pequeño pueblo costero que tenía poco que ver. Si acaso, destacar La Torre del Reloj, construida por los turcos en el s.XVII.  Además, estaba anocheciendo cuando llegamos, pero era una población que se intuía merecía la pena conocer, por sus playas y su bienestar. Lo mejor, sin duda, la cena. Una hamburguesa casera bien servida en un pequeño local cerca de la estación de autobuses. El dueño era un tipo majo y nos dio conversación. Ya cuando se ponía el sol nos cogimos el autobús para Kotor.




Era noche cerrada, pero el pueblo, cercado por una muralla, tenía un encanto particular. Nuestro hostal, el Montenegro Hostel Kotor, se encontraba dentro del recinto amurallado y nos costó tan solo 11 euros. La calidad-precio era muy buena. Como anécdota, me quedo con que tuvimos que pagar 1€ extra por sacarnos una especie de pasaporte para circular por el país, según nos explicó la hostelera. Sergio había leído apuntes interesantes sobre Kotor.

El turismo lo dejamos para el día siguiente. Nos costó encontrar un bar para ver el fútbol. En el más cercano al hostel estaban retransmitiendo el Milan-Juve de la Coppa italiana. Tras unos compases de espera, el camarero accedió a poner el Barça. Se jugaba la vuelta de los cuartos de final de la Copa del Rey: Barcelona-Valencia. Éramos pocos clientes en el bar y los que estábamos consumiendo realmente.



Una de las entradas a la ciudad amurallada

Por la mañana subimos a la fortaleza de San Juan, a 280 metros de altitud. El marco era incomparable. El paisaje, simplemente espectacular. Una gozada. La única pega, los más de mil cuatrocientos escalones que debíamos subir para llegar a la cima. Ya nos lo advirtió nuestra compañera inseparable de viaje, la guía Lonely Planet, pero hasta que no entramos en materia, éramos un poco incrédulos, nos parecía que la cota más alta estaba más próxima; nada más lejos de la realidad. La odisea nos llevó cerca de 2 horas (entre subir y bajar). Eso sí, las fotos eran asombrosas. Las colinas nevadas de fondo con el mar debajo permiten gozar de unas panorámicas únicas.

La verdad es que a todo el que se pase por Kotor le recomendaría subir. Desde arriba, daban ganas de tirarse al mar. El calor, mezclado con el sofocón de la escalada y ver el mar tan calmado provocaba una sensación placentera, pero que solo se podría aliviar con el agua.


En una de las paradas de la fortaleza

Algunas fotillos más por el centro de la ciudad -patrimonio de la Unesco, por cierto- que combinaba iglesias ortodoxas con católicas, y directos a Budva. Enviamos algunas postales a España, aunque algunas de ellas nunca llegaron a su destino (Barcelona). Hay que reseñar que aquí se me rompió la cámara. No se desintegró del todo, pero lo suficiente como para que se quedara inutilizada. La pantalla en negro impedía ver nada.

Directo al abismo
Budva es otro pueblo que merece la pena. En este trayecto excluimos la opción de pisar Podgorica (la capital del país), tras consultar con los propios montenegrinos. En Budva, vimos la ciudad antigua, al lado del mar. Nos echamos unas cuantas fotos en la playa y en algunos restos que se conservaban de la época romana. Merece la pena la visita, pero lo más trascendental se ve rápido. Tomamos un chocolate caliente y cogimos el autobús con destino Ulcinj (el último pueblo de Montenegro, que hace frontera con Albania). En la estación nos habían dicho que Ulcinj estaba en territorio albanés. Ésa era nuestra idea, dormir en tierra albana, pero cuando descubrimos que aún seguíamos en Monetengro nos llevamos un gran chasco. El trayecto fue cómico. El autobusero se comía un bocadillo mientras conducía y el vehículo estaba destartalado. Hay un vídeo que confirma lo que escribo.

La Albania más profunda

Ulcinj apenas lo pisamos. En la estación nos "asaltó" un taxista que nos quería llevar en taxi hacia Skodher (Albania), totalmente desconocido para nosotros. Sergio no estaba dispuesto a montarse con un taxista que digamos, no le inspiraba mucha confianza, y menos a esas horas. Tras muchos dimes y diretes, acabé convenciéndole. Yo, a riesgo de pecar de confiado, me fié del taxista, que nos mostró su identificación. El último problema es que él solo nos podía llevar hasta la frontera porque le había caducado el permiso -para pasar a Albania- justo el día anterior pero tenía un colega de profesión que nos podía recoger; solo tenía que contactar con él. Una traba más. Pero aún con todo, tiré de Sergio y nos adentramos en una nueva aventura; ésta, más peligrosa si cabe. 

Acordamos darle 10E y 20 a su compañero por el viaje. Era noche cerrada y apenas se percibía nada en la carretera. El taxista chapurreaba inglés, por ser diplomático...pero entre gesto y gesto se hacía entender. Yo interpreté, por los aspavientos y las voces en esa lengua incatalogable, que su amigo le estaba poniendo tribulaciones para venir a recogernos, ergo yo no dejaba de inquirirle si estaba todo bien y no tendríamos problema para llegar a Albania. Sergio no terminaba a de fiarse hasta que no cambiáramos de autocar.

Finalmente, tras 20-25 minutos de viaje, llegamos a buen puerto. Lo más surrealista comienza ahora: Mi compañero de aventuras había leído que para entrar en Albania había que pagar 10euros.

Sin embargo, nos dejaron pasar con la mediación de los taxistas. Aquí es dónde se ve realmente la corrupción y los chanchullos -a un nivel modesto- de estos países. Entre ambos convencieron a los policías de la frontera para que pasáramos sin ningún trámite.De hecho, ni siquiera intenté que me sellaran el pasaporte, una meta que me había propuesto a lo largo del viaje. No era el momento más indicado.

El colega del taxista que nos llevó a la frontera nos estaba esperando. Charlaron entre ambos unos instantes y el primero debió indicarle donde debíamos quedarnos. En el Hotel Rozafa. Sí, nos sonó extraño. ¿Hotel?, pensamos. Pero fue llegar al país y darnos cuenta de que un hotel en Albania no es precisamente sinónimo de ostentación.

Llegamos sin ningún incidente y preguntamos el precio de una habitación doble. Hicimos el cambio y....salía ¡a 10e con baño!, sin él eran 8. Sacamos dinero y nos quedamos con la habitación. Bajamos a cenar, como auténticos señores, al restaurante del hotel y comimos genial por 3,5€ cada uno, aproximádamente. Un plato de tortelinis delicioso y una cerveza local. Fantástico. Buena impresión hasta ahora del país. 

A primera hora de la mañana -o antes- sufrimos una sorpresa inesperada. La llamada a la oración para los musulmanes nos desveló. La vista desde el hotel era excelente, pero no esperábamos que los rezos empezaran tan sumamente pronto. Sergio se quejó ostensiblemente de que entraba frío por la ventana. En su defensa, he de decir que era la última habitación del pasillo, de ahí que tuviéramos una estupenda vista, aunque por contra, la terraza daba directamente a la calle. Creo recordar que no cogimos el sueño de nuevo, o al menos él. Yo no estaba muy disgustado, porque por ese precio, ¡qué íbamos a pedir! Desayunamos (también en el hotel) unas tostadas; al menos trajeron mantequilla para untar. 

Nos fuimos a hacer turismo. Una foto con la estatua de la madre Teresa de Calcuta, de la que existen dudas de si era albanesa o macedonia, otras con La Gran Mezquita (la mayor de todo el país), y un paseo por la arteria más notoria de la ciudad. Ahí vimos a unos policias imponiendo orden con sus armas por si había algún tipo de altercado en las oficinas del banco. Nos pareció curioso cómo iban equipados solo para controlar que no hubiera ningún revuelo entre la gente que esperaba paciente en la cola del banco. Aquí os dejo unas fotos.

Vistas desde la habitación del hotel

Policías controlando las colas del banco
La Madre Teresa de Calcuta

Barrio de chabolas, de camino a la fortaleza

El castillo de fondo









Un terrorista
Compré en un viejo establecimiento una medalla de la época comunista para mi padre. Un detalle que le haría ilusión.Lo mejor, que se puede negociar el precio, no solo en la calle, también en las tiendas.Nos quedaba por ver un puente muy famoso que me había comentado mi padre.

Tras esperar el autobús -y toparnos con unas cuantas mezquitas-, decidimos ir andando. Con semejante caos el autobús urbano no iba a llegar a la hora prevista. ¿Qué mejor forma de conocer el país? Caminando vimos lo que es realmente Albania: Un país muy atrasado. Muy económico para los turistas, pero sumergido en una profunda crisis, retrasado varias décadas y donde la pobreza se veía por todos lados. En parte, me recordó a lo que debe ser Estambul, en el aspecto del ruido y el alboroto que hay en la calle. Se hace vida en la calle, la gente sale, pero no para tapear como en España, sino para hablar, discutir, dialogar...daba la sensación de que era la única forma de entretenimiento.

Además, la nieve sucia en la calle -y sin visos de ser limpiada- daba un aspecto aún más deplorable. Algunas fotos lo ejemplifican. Se veían cosas que en España jamás he visto. Por sintetizar, era el Tercer Mundo en Europa.



Resumiendo, en ese largo trayecto de más de 1 hora, vimos la fortaleza desde abajo; más bien nos la encontramos, porque íbamos buscando el dichoso puente, que finalmente no hallamos. Unas fotos y de vuelta al hotel, que había que coger el tren para Tirana, la capital. Por supuesto, no había una estación de autobuses como la conocemos en Occidente. El transporte se cogía en una de las esquinas de una plaza, que, casualmente estaba al lado de nuestro hotel. Cogimos las maletas y compramos el billete en el propio autobús. Aquí eso de sacarlo con antelación o reservarlo no se lleva. Eso si, por 1,5euros nos plantamos en Tirana.

Como anécdota, reseñar que alguna gente habla algo de italiano. De hecho, Sergio se hizo entender y esta ocasión el idioma transalpino resultó de utilidad. Y es que Albania perteneció al imperio italiano hace no mucho.

Con el héroe nacional, Skanderberg



El viaje duró 2 horas y al llegar a la capital, el mismo caos que reinaba en Skodher. No mejoraba la situación. De hecho, empeoraba por momentos. La estación era una explanada de tierra donde entraban y salían autobuses sin orden ni concierto. Obviamente, no podíamos dejar las maletas en ningún lado. Comimos algo rápido en un bar cercano, regido por unas señoras mayores, las cuales, es de perogrullo decirlo, pero lo haré, no hablaban inglés. A base de señas, me llevé un plato de espaguetis -sin tomate- a la boca.

Seguimos con el muerto y preguntando a todo el mundo que dónde había unos lockers o algún centro comercial para dejar las maletas. Como era de suponer, aquí no se destila ese lujo. Vimos un cibercafé, ¡con Internet gratuito!, era una cafetería en la parte de abajo con ordenadores en la planta superior. Fue nuestra salvación. Buscamos cómo ir a Macedonia y echamos un rato pisteando facebook, twitter, el correo...

Al cabo de un rato, vimos lo principal de Tirana -cargados de nuestra inseparable amiga la maleta-, todo ello concentrado en la Plaza Skanderbeg. El nombre de la magna plaza se debe a un viejo héroe nacional que mantuvo a los otomanos fuera del país allá por el siglo XV, y a su alrededor se encuentran los mayores atractivos de la capital: la singular Torre del Reloj, la Opera, o una vieja mezquita. Lo peculiar es la panorámica de Tirana. Las montañas al fondo le confieren un aire especial.


Anochecer en la capital albanesa

Trapicheando en pleno centro de Tirana
De repente el móvil de Sergio sonó. Un amigo griego de su Erasmus se encontraba en la ciudad. Era medio griego medio albanés. Quedamos con él y nos llevó a cenar a un sitio elegante. Pagó él, todo hay que decirlo. Una vuelta rápida con el coche y quedó visto lo principal. Su amigo intentó que hiciéramos noche allí y saliéramos de fiesta, pero declinamos esa opción, porque eso suponía llegar el domingo a Belgrado y con ello no aprovechar para salir el sábado. Tomamos el autobús nocturno para Skopje (Macedonia). El viaje duraría 12 largas horas...


Sergio y su amigo griego en una iglesia católica