domingo, 8 de mayo de 2011

Unos días por los países nórdicos

Después de unos días de descanso, retomo el blog y prosigo mis crónicas de viaje. En realidad aún no me he centrado en narrar mi vida diaria en Polonia, como se desarrolla mi estancia en mi ciudad de acogida, Poznan. Pero como ya se pueden imaginar, transcurre como cuando estudiaba en España, fuera de casa, en residencia. Se asemeja bastante, salvando las distancias: por el tema del inglés, los precios en general... Pero lo demás, las salidas nocturnas, el ambiente de una residencia mixta, estudiar cuando te apetezca, sin ninguna presión…todo eso es el mismo sistema.

La gran variedad radica en los viajes que puedes hacer cuando disfrutas de algún tipo de beca como ésta. En este caso les hablaré de mi última experiencia, que como ya adelanté hace unas semanas, ha tenido lugar en los países nórdicos: Noruega, Dinamarca y Suecia.


El viaje comenzó en España, desde Madrid. Llegamos a Oslo a mediodía, pero el aeropuerto se encontraba a las afueras, más de una hora de trayecto -es lo que tienen los vuelos de bajo coste, que el aeropuerto está muy alejado del centro-. En la capital noruega -recomendados por un amigo-, nos hospedamos en un hostel típico para Erasmus. Más de 25 euros por noche. El hostel más caro donde me había alojado hasta ahora. Noruega, tengo entendido, y comprobé en primer persona, que es uno de los países más caros del mundo. Aunque eso era ya lo de menos, sabíamos lo que nos íbamos a gastar. El primer día fue imposible ver prácticamente nada, salvo los alrededores de la estación central -que se localiza en el centro de la ciudad-, y las calles aledañas a nuestro alojamiento.



Entre que lo ubicamos, nos orientamos un poco y dejamos nuestras pertenencias, llegó la hora del partido. Sí, 'El Derby'. El Madrid-Barça, el gran clásico que se disputó en el Santiago Bernabéu con motivo de las semifinales de la Copa de Europa. El choque lo presencíamos en un pub irlandés. Lleno de televisores, no sabías dónde centrarte, y por supuesto, había más camisetas azulgranas que blancas. El equipo de moda en todo el mundo es el Barça, de eso no hay duda. La victoria cayó del lado blaugrana, junto con algunas cervezas para celebrar dicho triunfo. 




El ayuntamiento


Posteriormente, intentamos salir de fiesta, pero el verbo, a pesar de lo que pueda parecer a primera vista, está bien colocado. No había nada. Unas simples terrazas donde la gente tomaba alguna copa, pero un miércoles por la noche Oslo no tiene nada interesante para la gente joven. Preguntamos por cualquier pub, distintas zonas, nos movimos en autobús de un lado a otro, pero no hallamos nada. 


 La famosa estatua de Sinnataggen, 'El niño enfadado' 


Al menos, nos volvimos pronto y el día siguiente fue provechoso, en cuanto a turismo se refiere. Visitamos un museo de navegación nórdica y el museo por excelencia en Oslo: el de los vikingos, con barcos originales de la época. Luego fuimos al famoso parque de Vigeland, que cuenta con 212 esculturas, hechas todas a tamaño real por el propio autor. 

Siguiendo con la ruta que más o menos nos habíamos marcado, os dirigimos al puerto, que está colindando con el ayuntamiento, el museo donde se entrega el Nobel de la Paz y la parte vieja de la ciudad. Dejamos para el último día la visita al museo Munch. 



Nave vikinga
Por la noche nos permitimos un lujo a la hora de cenar. En un restaurante de buen parecer degustamos un exquisito salmón. El precio lo omito, puede herir sensibilidades.

Y esa misma noche, después de haber comido como señores, encontramos un buen sitio dónde ir. Gente joven, ¡al fin! La entrada era gratis, algo curioso, porque no hacíamos más que dejarnos dinero por todos lados. Incluso la cerveza tenía un precio “razonable” para lo que son estos países: 6-7 euros.

Ya por la mañana fuimos al Museo Munch pero las obras estaban siendo trasladas a otra localización. El resultado, una decepción. Estaba entre otras el famoso cuadro de ‘El grito’, en una de las salas. Ya sin mucho que ver en la capital noruega, partimos para Copenhague. Un tren muy confortable. Siete u ocho horas de viaje, pero la mayor parte del mismo lo pasamos durmiendo. Atravesamos el famoso puente de Oresund, que comunica Dinamarca con Suecia. Una obra de gran calado, pero que apenas percibes porque la mejor toma es desde una vista aérea, o en perspectiva, pero montado en el tren no te das cuenta realmente, la verdad.

Nada más llegar percibimos que la ciudad estaba más ‘viva’ que Oslo. Mucha más gente en la calle, más ambiente, más iluminado todo. También hay que decir que era un viernes. Fuimos a una discoteca recomendada por un amigo que había estado de Erasmus. Un par de anécdotas curiosas: era obligado dejar el abrigo en el ropero y regalaban cerveza entre las 23h y la 1h. Cuando entramos al local, después de un buen rato preguntando -nadie la ubicaba porque no lo pronunciábamos de la forma correcta-, no pudimos beneficiarnos de esta oferta. Por cierto, se llamaba Kurlobar, para los interesados, por si van a Copenhague en alguna ocasión. Bastante recomendable. Ambiente Erasmus y el mejor día, el viernes.




El coqueto barrio de Nyhaun

¡En Christiania!

A la mañana siguiente tocaba un poquito de turismo. Llamamos a un pacense que conocíamos y nos señaló los sitios más aconsejables para visitar. Por la noche quedaríamos con él. Fuimos al puerto, nos echamos unas fotos con la famosa sirenita, otra con una versión más moderna, foto de rigor con la gran ópera, viajecito en barco y primera visita a Christiania. El reducto de hippies de Copenhague. Con autonomía propia, la comunidad hippie lo hizo suyo en 1971, y allí se permite fumar y vender droga libremente. Había buen rollo en general, muchos graffitis, mucha gente peculiar, pero se estaba cómodo. Comer y beber era bastante asequible.La calidad ya era otra cosa. Puedo decir que la carne del kebab era la más mala que he probado jamás.


Saliendo de Christiania
Con la famosa 'Little Mermaid'
Luego, cogimos el barco para volver al centro de la ciudad. Debo decir que lo mejor para cualquier turista es coger un bono de transporte para todo el día. Con él, puedes viajar en cualquier medio, y la ruta en barco, por ejemplo, es muy bonita. Yendo hacia la ópera y a ver la sirenita, pasas por ‘Nyhaum’, un canal precioso, con agradables casas de colores a los lados y terrazas donde la gente disfruta tomando algo cuando hace buen tiempo, como nos pasó a nosotros. Los canales, las bicicletas, son notas que dan un aire bohemio y carismático a esta ciudad. 

De vuelta al hostel, nos propusimos descansar para salir por la noche. Quedamos para tomar algo con nuestro amigo y nos llevó a un local muy característico de allí, donde podíamos ver gente de toda clase. Pasadas unas hora se despidió de nosotros -el trabajo manda-, y nos fuimos a Christiania: rave (dance, electro) y fiesta reggae. Podíamos elegir. Buena noche en definitiva. Por la mañana apuramos las últimas horas en Copenhague -pisando Christiania una vez más para unas últimas fotos con el portal- y nos dirigimos a Suecia. La capital danesa se puede ver en un día, pero merece la pena pasar más de uno.

Con la Ópera de fondo




Uno de lo canales de la capital
Aquí es cuando llegó la odisea para llegar a Estocolmo. El tren que pretendíamos coger estaba lleno -que previsión la de los nórdicos, como la nuestra-. Tuvimos que hacer escala en Malmoe (la ciudad donde nació ese genio del fútbol llamado Zlatan Ibrahimovic), y no una parada de rigor, si no una noche. Es la tercera ciudad en importancia de Suecia, así que intentamos aprovechar la coyuntura y dar un paseo. Pero primero debíamos encontrar un sitio para dormir. Tras mucho preguntar, dimos con un hostel decente.


Un poquito de Malmo


Cenamos en un chino y paseamos buscando la famosa pistola de la paz, a todos nos era familiar la célebre imagen tantas veces repetida en nuestras retinas de la pistola contra la no violencia, pero para nuestra desilusión, no se encontraba allí. La habían trasladado por motivos de obras en la zona. Una pena, la ciudad no tiene mucho más que ver, una bonita plaza mayor y ya está. Además el tiempo no acompañaba -por primera vez en el viaje-, y era mala fecha: domingo.

Queda poco para poner fin a nuestro viaje, y madrugamos para poner rumbo a Estocolmo. Arribamos en la ciudad sueca a mediodía. El hostel que teníamos concertado estaba muy cerca de la estación, por lo que lo localizamos rápido y nos fuimos a ver lo más relevante. La definiría con una palabra: decepción. Esperaba bastante más de la capital nórdica. Pero, más allá de la repercusión que tiene por la celebración de los premios Nobel, no hay mucho más para ver. 


En el Museo Nobel
Su plaza mayor es muy discreta, no diría que coqueta, la calificaría de simple, sin mucho encanto. Las calles paralelas no revestían grandes adornos en sus casas ni motivos de decoración, ni nada parecido, tan sólo había comercios, muchas tiendas de souvenirs. Eso sí, llenas de turistas ansiosos por llevarse un recuerdo, como el típico reno pequeñito. La escasez de fotos en Estocolmo es sintomática. Fue, de lejos, la que menos nos gustó de las tres capitales. Copenhague, la mejor sin duda. 

Con el Museo Nobel al fondo
Regresamos a una hora prudente hacia el hostel porque por la mañana debíamos coger el avión de vuelta. El vuelo Estocolmo-Poznan fue muy ameno, apenas tardó una hora escasa; de hecho, nos llevó más tiempo ir desde el centro de la ciudad al aeropuerto, que llegar a casa.

Casco Antiguo de Estocolmo

Para hacer un resumen final, diría que la experiencia ha sido positiva, como casi todas: ver nuevos países, otras culturas -las cuales no envidio, por cierto-, y salir por la noche en otras capitales europeas, siempre es un placer. Pero, comprobar el comportamiento de la mayoría de la gente -bastante nacionalistas, demasiado rígidos en el trato-, o los precios -excesivamente caros- son condicionantes para irse de Erasmus y vivir del modo que lo hacemos en Polonia, o en cualquier país del este. Por todo esto y algún detalle más, no terminó de convencerme.