martes, 14 de agosto de 2012

Skopje-Belgrado-Zagreb

Tras montarnos en el autobús con más de un personaje curioso, e incluso de peligroso lo calificaría, nos embarcamos hacia un nuevo destino: Skopje, capital de Macedonia. El viaje sería tedioso (por las horas), pero no precisamente soporífero. Nada más lejos de la realidad. Resultó ser más bien entretenido por los avatares que fueron sucediendo.

Hubo problemas para atravesar la frontera albanesa-macedonia. La policía puso algunas trabas que no llegamos a acertar cuáles eran. Intuimos que se trataba de alguna mercancía ilegal. En los fondos del autobús, prácticamente debajo de mi asiento, había unos panfletos, o revistas sospechosas, al parecer, porque de droga no sacaron nada.

Por unas cosas o por otras, nos detuvieron en la frontera más de 2 horas. Yo estaba dormido y fue cómica la forma en la que me despertaron. Los pasajeros del autobús -incluido Sergio- se reían de la siesta que me estaba echando en plena revisión policial. Me desperté por los movimientos, así que se puede decir que hasta ese momento el trayecto se me había hecho corto. Incluso lo que al principio parecía un imposible, coger el sueño rodeados de gente, digamos, no del todo fiable, se tornó en buen rollo.

Dejamos de agarrar nuestras pertenencias y nos relajamos hasta dormirnos. Los pasaportes también fueron objeto de risa. Todo el autobús nos conocía ya como los 'spanish'. Nuestra intención era, en un principio, pasar lo más desapercibidos posible, pero ni mucho menos lo conseguimos. Cada vez que había que entregar la documentación, nos señalaban. Los chavales llegaron a ofrecernos comidas y compartimos víveres. Quién nos lo iba a decir al subirnos...

Lo más curioso de Albania, es que al igual que en Ucrania, el hecho de ser español no era ninguna cualidad diferencial, no ejercía un embrujo en la población, ni mucho menos. Era más bien, peyorativo. Veían que eras extranjero y la sensación que tuvimos es que era mejor no decir nuestra procedencia.




Tras más de 10 horas de viaje (serían unas 12 aprox.) llegamos a Skopje, que nos recibió con una copiosa nevada. Preguntamos en la oficina qué autobuses había para llegar a Belgrado y resultó que solo uno hacia el trayecto: Nueve largas horas; pero el problema es que solo teníamos dos o tres para visitar la tierra del gran Alejandro Magno. Compramos el billete para Belgrado y acordamos con un taxista visitar los principales puntos de interés por un módico precio para nosotros. Básicamente vimos la plaza principal, la cual yo recordaba por el homenaje que recibió la selección de baloncesto tras su excepcional Eurobasket. Una plaza majestuosa, singular, con una gran fuente en medio -coronada por una estatua ecuestre de Alejandro Magno- y esculturas curiosas alrededor. Sirva esta a modo de ejemplo.

Dos chicas muy monas intercambian unas palabras


El único reproche fue que estaba todo cubierto de nieve. Es más, en esos momentos estaba nevando. Unas fotos rápidas para el recuerdo y de vuelta al taxi. Pasamos por el Arco Triunfal, o Puerta de Macedonia. Por cierto, mi caída subiendo a la fuente es digna de reseñar, y es que había un forro que la cubría para protegerla de las nevadas, las lluvias...pero estaba cubierto por la nieve y por lo tanto, no lo ví.

De vuelta al taxi y a la estación. Prácticamente, entre las vueltas con el taxi, el regateo para que nos llevara a otros destinos turísticos y comprar algo para desayunar y algún souvenir, se había consumido el tiempo. Sergio, además, no quería ir ya a más sitios. Es cierto que no nos sobraba tiempo, pero me quedé con las ganas de ver algún emplazamiento más como el puente de piedra o el reloj de la antigua estación de trenes, que permanece con la hora exacta que marcaba cuando se produjo el terremoto en 1963 y que causó más de 1000 muertos, o la fortaleza Kale, que aunque nos quedamos sin verla, nos trajimos un par de postales de recuerdo. Esto último no me gusta mucho. Comprar algo de un sitio que no he visitado...no me llama especialmente, pero tampoco había muchas más opciones en la pequeña tienda de la estación.

Iglesia ortodoxa a las afueras


A día de hoy todavía estoy esperando esas fotos, por eso cuelgo esta que resume a todas. Una iglesia ortodoxa, como tantas otras...

Paramos una eternidad de tiempo en la frontera para pasar a Serbia y nos tuvimos que cambiar de autobús en dos ocasiones. Un trayecto bastante ajetreado, sí. Los sandwiches de las gasolineras nos sirvieron de sustento. Era ya de noche en Belgrado cuando arribamos aunque había luces por todos lados. Era sábado, se notaba. La calle rebosaba de gente a pesar de las dificultades para caminar por culpa de la nieve. Cenamos en el McDonalds y después de una larga caminata llegamos a una de las arterias principales de la ciudad. Preguntamos a distintas chicas dónde dormir; vimos varios hostales, pero estaban completos. La búsqueda terminó y nos acomodamos en uno que no convencía a Sergio, pero no era plan de pasearse con la nevada que estaba cayendo. El dueño era un poco perroflauta, pero ¡teníamos una habitación privada por 9 euros! No había queja posible aunque no fuera nada ostentoso.


No convencí a Sergio para salir. Falta de ganas, esgrimió. Una pena, me quedo con esa espinita clavada en el viaje. La mejor ciudad de Europa para salir de fiesta, o eso dicen. La verdad, por experiencia propia, debo confirmar esa teoría: mucho movimiento por la calle y eso que el tiempo no acompañaba lo más mínimo. Buenas mujeres, también hay que mencionarlo. Queda pendiente otra visita.


Amenecer en Belgrado


Por la mañana desayunamos tranquilamente en un agradable café y emprendimos el habitual turismo diurno: Una ardua tarea por la acumulación de nieve. A pesar de todo, reconocí en una céntrica plaza, el edificio de Jugoexport, justo al lado de la calle peatonal más concurrida y conocida de Belgrado: Knez Mihailova. Este panel anunciativo aparecía en el documental 'Once Brothers', filmado entre Serbia y Croacia, con Divac y Petrovic de protagonistas. A unos 300 metros en línea recta desde el mencionado Jugoexport, se encontraba la Universidad, junto a un parque. Una parada técnica para repostar: Una cervecita local para coger fuerzas y continuamos la ruta hasta el parque de Kalemegdan, donde concurrían varios museos al aire libre.


Edificio que aparece en el doc. 'Once Brothers'

Gracioso (?)






Sinceramente, estábamos bastante fatigados y la climatología adversa no ayudaba pero aún así, echamos unas cuantas fotos desde la Fortaleza, que se emplazaba junto al museo del Ejército, con todo el armamento distribuido en forma de muestra para los visitantes. Tanques, cañones, carros de combate...creo recordar que por aquí nos caímos o estuvimos cerca, entre foto y foto, y de nuevo creo que fui yo el damnificado. La copiosa nevada había enterrado casi todo pero se salvaron algunas postales.


Mientras buscábamos la calle y el restaurante que nos habían indicado en el hostal -no muy lejos de la fortaleza-, nos seguíamos topando con iglesias ortodoxas. Una vez en el comedor, no me quise privar de un buen plato de gulash. Un capricho para despedir bien el país. Sergio se pidió algo más básico: Una especie de tortilla francesa. Se acercaba la hora de irse y como siempre, íbamos con el tiempo justo. La densidad de mi plato hacía que el retraso fuera mayor y cogimos el autobús para Zagreb por los pelos. Además, antes de montarnos en el autobús tuvimos que lidiar con una barrera -como todo el mundo- con una ficha que se introducía en una máquina. Como os podéis imaginar, la odisea para hallar la ficha fue terrible. Después de un rato, Sergio dio con ella. Solo tenía la suya, pero persuadimos a los dos hombres de seguridad para que nos dejaran pasar por el torno. Le explicamos que perdíamos el bus, que no había otro y finalmente cedió. Posteriormente, una vez ya montados, localicé mi ficha, en uno de los bolsillos, entre las monedas que había ido guardando de recuerdo. Por cierto, quienes se piensen que en estos países los medios de transportes son baratos se equivocan rotundamente.

Vista del río Sava congelado
Cañones en el museo del Ejército



















El balance se puede calificar de positivo, teniendo en cuenta el temporal de nieve que sufrimos y las pocas horas de las que dispusimos para visitar la ciudad. Nos quedaron cosas por ver, por supuesto, como el Teatro Nacional y todo el Stari Grad (el casco antiguo), pero esto no hace sino acrecentar las ganas de volver.



Riquísimo plato de gulash

En Croacia la climatología era algo más benigna, pero lo que más nos emocionó fue ver que íbamos llegando a Occidente, al desarrollo, a Europa. La sensación ya era más placentera, pasábamos del considerable atraso al modernismo que destilaba Zagreb. Si teníamos algún tipo de problema, aquí sería más fácil solucionarlo. No había tanta diferencia entre la capital croata y Maribor (Eslovenia), donde yo estaba residiendo.

Era ya de noche, como acostumbrábamos a comparecer en todas las ciudades. Cogimos el tranvía -sin ticket, obviamente (?)-, y en 3 paradas nos bajamos. El hostel que habíamos mirado -siempre sin reserva previa- estaba bastante céntrico. Preguntamos y sí que había habitaciones disponibles. Un hostal muy bueno, de los mejores en los que he estado. Muy recomendable, quedáos con el nombre: Hobo Bear, en Andrije Medulica 4. Compartimos habitación con otros 5 ó 6, pero al fín, Sergio estaba contento con el alojamiento. Estuvimos charlando con un chileno que tenía ganas de tomar una cerveza. Pero había pocas ganas y lo que más nos disuadía era el día de la semana: Un domingo. Finalmente, la cerveza cayó, pero en el hostal. Una Pam, como el primer día en Rijeka, para ser fieles a la tradición. A dormir prontito que mañana tocaba otro día duro: recorrer Zageb en unas 5-6 horas.

Pabellón de las Artes, en la plaza Tomislav
Desayunamos en una pastelería cercana al hostal, en la calle Ilica. No recuerdo el nombre pero es una franquicia y es otro must para desayunar, merendar... Al llegar a la plaza del Ban (virrrey) Josip Jelacic, la Plaza del Sol de Madrid, haciendo un símil rápido, vimos que había una gran carpa montada con motivo del Chocofest, un festival dedicado al chocolate y donde se congregaba muchísima gente. Tomamos un helado y descansamos un poquito. Quedaba aún mucha mañana. Nos dirigimos a la estación de trenes -Glavni Kolodvor, un edificio majestuoso- para preguntar por los horarios para Eslovenia. Compramos los billetes y empezamos con la sesión de fotos. Comenzando por el Pabellón de las Artes, de color amarillo, en plena plaza del rey Tomislav, donde se encuentra la estatua ecuestre del que fue primer rey de Croacia.

Con el virrey Jelacic

Disfrutando del Chocofest
Desde ahí cogimos el tranvía con destino al museo de Drazen Petrovic. Una leyenda del baloncesto balcánico y podemos extrapolarlo también al básket europeo y mundial, tras sufrir una trágica muerte en la cima de su carrera deportiva. Era una de las visitas que nos hacía más ilusión. Por culpa de las malas combinaciones tuvimos que rehusar la parada en su ciudad natal, Sibenik. Pero este museo no se nos iba a escapar. La sala se localizaba junto al pabellón de la Cibona y es un fabuloso recorrido por su vida. Desde las camisetas que portó en los distintos equipos para los que jugó (Sibenik, Cibona, Real Madrid, Portland y New Jersey Nets) a su vasta colección de sus medallas (olímpicas, de europeos, mundiales...) sin olvidar sus títulos individuales a nivel de clubes y fotos que adornaban el edificio. Compré un póster del genio de Sibenik, que decora mi habitación.

Casualmente, vimos una camiseta de la selección española de fútbol sala firmada por todos sus integrantes, que acababan de proclamarse Campeones de Europa, precisamente en la capital croata. En un lateral del museo, y cobijando el pabellón de la Cibona, había una estatua inconfundible de Drazen. Una imagen que teníamos grabadas en nuestras retinas. Después, en la tienda del club, me compré una camiseta de entrenamiento de la Cibona, un club histórico.
Junto con las hazañas de Petrovic


Obsequio de la selección de Fútbol Sala
Tomamos una cerveza en el bar de al lado, regentado por el hermano de Petrovic y vimos de pasada, desde el tranvía, el Teatro Nacional. Una parada obligatoria, según incidió mi padre. Para otra ocasión.

Ya en el casco histórico, en la parte alta de la urbe, descubrimos nuevos edificios. La Iglesia de San Marcos merece una mención aparte. Su estructura original data del siglo XIII pero se le han ido añadiendo retoques hasta el s.XIX. Lo más peculiar es su tejado vidriado de colores azul, rojo y blanco, que simbolizan el escudo del antiguo reino de Croacia. Se dispone en la plaza del mismo nombre y está presidida por edificios civiles y gubernamentales. Aquí se asientan el Parlamento y el Gobierno croata. Paseando por la zona encontramos el Museo de las Relaciones Rotas. Yo era reacio a entrar. De hecho, me parecía una pérdida de tiempo y me fui a dar una vuelta. Sin embargo, pasado un rato y viendo que Sergio no aparecía, decidí acercarme; y para mi sorpresa resultó una experiencia agradable y enriquecedora.


La estatua que homenajea al gran Petrovic
 Una exposición muy original. Objetos de todo tipo, inimaginables, desde sadomasoquistas hasta cartas de amor, pasando por maniquíes, vestidos, pechos postizos, detalles más elaborados...nunca se conocen los gustos más primitivos de las personas, lo que le provoca sus deseos más íntimos. Regalos descabellados y otros más clásicos. Todo donado por parejas que un día tuvieron una vida en común.

Sergio en la Catedral de San Esteban
Murallas junto a San Esteban
Subimos al Mirador de Gornji Grad, desde donde se vislumbra todo Zagreb. Y capturamos la toma más bonita: con la Iglesia de San Esteban al fondo. Al bajar, y siguiendo por Gradec, nos topamos con la famosa Stone Gate, que dividía las dos zonas de la ciudad, unidas definitivamente en 1850. Muchos devotos se acercaban a realizar sus ofrendas y rezar. Atravesando La Puerta de Piedra llegamos a la antigua ciudad de Kaptol, la zona eclesiástica por antonomasia, el lugar fetiche para los católicos y que hace siglos se encontraba cercada por las murallas; junto a ellas, la magnífica Catedral de San Esteban. El barrio antiguo es muy coqueto, con sus callejuelas estrechas y ambientadas, pero no lleva más de una hora visitarlo.


Me atrevería a afirmar, sin vacilar, que Zagreb fue, sin duda, la ciudad que mejor anduvimos. Pocos recovecos quedaron pendientes. Me dio la impresión de que estaba bien comunicada mediante las líneas de tranvía -y de metro- y que éstos funcionaban con mucha frecuencia. Además, la parte vieja no tiene pérdida y está muy bien señalizada. Sin más dilación fuimos a coger el tren. Cambiamos algunas kunas por euros y pusimos fin a esta entretenida aventura por los Balcanes. La bifurcación vino en Maribor. Yo me bajé y Sergio continuó hasta Liubliana, desde donde cogería el avión.